Este texto nos ofrece un íntimo y contundente atisbo a las letras en su inseparable significado lingüístico, poético y visual, ilustrado con la grandeza de un poeta, de un editor y de un diseñador que dialogaron con generosidad para que la poesía, la edición y el diseño alcanzaran juntas lo mejor de sí. Posteriormente, se toma esta fructífera relación como anécdota para lanzar un poderoso alegato en torno al tema de la interdisciplinariedad, ya no como mero ideal enunciativo, sino como manera de concebir nuestra práctica.
Héctor Rivero Borrell Miranda es diseñador industrial egresado de la Universidad Iberoamericana y tiene una maestría en museos. Lleva diez años al frente del Museo Franz Mayer. Ha dedicado su vida al tema de las exposiciones; empezó desarrollando exposiciones de tipo comercial e industrial como trabajador independiente y con el tiempo tuvo la oportunidad de entrar en el mundo de la cultura.
El artículo se divide en dos partes. En la primera se analiza El Mundo Ilustrado, semanario aparecido en México de 1896 a 1914. Se le contextualiza en un periodo de estabilidad económica y gran actividad empresarial. En la segunda parte se ejemplifica esta riqueza, usando la revista como fuente para estudiar la trayectoria de Claudio Pellandini, empresario de las artes gráficas y decorativas.
El diseño necesita reflexionar seriamente sobre su peculiar modo de ser una propuesta estética, dando los primeros pasos hacia la construcción de lo que podría ser una estética del diseño. Este artículo se propone revisar los aspectos del debate actual sobre el diseño que afectan directamente a la cuestión estética.
El presente artículo muestra cómo se manifiestan las operaciones retóricas en el diseño gráfico, con el fin de argumentar que esta disciplina puede ser categorizada como un arte retórico. En este texto nos concentramos en las dos operaciones preparatorias del discurso persuasivo, la intellectio y la inventio.
“Un buen diseñador tiene que saber de todo (lenguas, historia, etnografía, antropología, psicología, biología, anatomía, etcétera), mientras que un artista no necesita saber nada. Esta polaridad… es sólo un punto de partida.
En este ensayo, el autor se propone reflexionar no ya sobre la ideología del arte (tan analizada por la crítica marxista), sino bajo los supuestos de que éste tiene su propia normatividad y leyes inherente, ajenas al devenir histórico y a la causalidad social.