La semiótica de la significación en el taller de diseño. Experiencia didáctica.
Jorge Torres Ríos, diseñador gráfico y maestro en procesos de diseño, es profesor de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y participó en el III y en el V consejo directivo de Encuadre. Es director de la licenciatura en diseño gráfico de la UPAEP, donde actualmente investiga sobre la relación entre semiótica y diseño gráfico.
- Introducción
Los conceptos de esta exposición están construidos sobre la base de tres consideraciones. Primero, en atención a los conceptos que fundamentaron la temática del XIV Encuentro Nacional, y que afirmaban que la concepción del diseño ha cambiado uniformemente desde que las disciplinas del pensamiento se han interesado por el estudio de los signos para entender cómo actúa la significación visual, y así abordar el diseño de forma más precisa. Segundo, en atención a la finalidad del seminario, que fue fortalecer la didáctica del taller de diseño, enriquecer las experiencias de enseñanza- aprendizaje y compartir las experiencias académicas entre pares. Tercero, en atención al marco teórico que envuelve nuestras actividades alrededor de la semiótica, con la intención de aportar información que permita contrastar la hipótesis del evento, y cumplir con el objetivo de abrir oportunidades para reconstruir el sistema de reflexión y discusión del signo para optimizar la enseñanza del diseño.
Por lo anterior, los argumentos aquí vertidos dan cuenta de mi experiencia académica dentro la Facultad de Diseño Gráfico de la UPAEP, alrededor de la enseñanza de la semiótica.
Dentro de este contexto, el problema a resolver nace frente a la incertidumbre de organizar los contenidos de la asignatura a partir de la semántica o a partir de la pragmática; el punto en discusión era si la semiótica le debe servir al diseñador como un sistema de reglas que le permitan observar todas las posibilidades de comunicación que tiene a su disposición, o como un mecanismo que le permita al alumno producir signos de comunicación gráfica. Por lo tanto, académicamente, mi determinación estaba entre superar una distinción neta entre semántica y pragmática, por un lado, y por otro separar a la semiótica de la significación de la semiótica de los procesos de comunicación y producción de textos.
Normalmente esta distinción entre semiótica de la significación y semiótica de la comunicación genera una oposición que se puede categorizar como: regla vs.proceso, dando pie a una diferenciación entre significacióny comunicación. Entonces la ambición del curso está en superar esta contraposición y proponer una semántica que, desde su propio marco, resuelva también problemas adscritos a la pragmática y a la comunicación.
Frente a este problema de enseñanza trataré de demostrar que ambas semióticas, más que confrontarse, deben complementarse, partiendo de la premisa de que todo proceso de comunicación puede subsistir gracias a que debajo subyace un sistema de significación basado en reglas o códigos. Y esto debe ser así porque cada proceso de comunicación sólo es verificable cuando existe un código que lo valide; entonces lo que hace un código es proporcionar las reglas generales para generar signos y para podernos comunicar.
La idea de que regla y proceso se complementan me permitió dividir la enseñanza de la semiótica en dos grandes rubros jerarquizados, de tal forma que también demostraré que la enseñanza de la semiótica de la significación debe preceder a la semiótica de la comunicación.
Para alcanzar y cubrir la ambición del curso he tomado argumentos derivados de un marco teórico construido con la semiótica de Peirce y la de Umberto Eco, este último con mayor profundidad. Ahora bien, por límite de tiempo, sólo expondré la estrategia didáctica empleada en la semántica de la significación, dejando claras las bases que permiten más tarde abordar el proceso de comunicación en una semiótica de la producción de signos.
2.Semiótica de la significación
Existe un sistema de significación y, por tanto, un código cuando existe una posibilidad establecida convencionalmente para generar funciones semióticas; dicha posibilidad normalmente es aprovechada por un sistema de comunicación para producir físicamente expresiones. Con esto podemos afirmar que todo acto comunicativo se apoya en una competencia preexistente; de esta forma se puede comprender por qué, antes de abordar una semiótica de la comunicación, el curso de semiótica se inicia con los argumentos de la semiótica de la significación basada en la teoría de los códigos.
El concepto de signo con el cual inicia la reflexión de la significación está basado en Eco. Así comprendemos que cada signo está constituido por elementos de un plano de la expresión, colocados convencionalmente en correlación con elementos de un plano de contenido.
Con el acuerdo previo de que un signo pone en correlación una expresión con un contenido, es como la teoría del código encuentra viabilidad en el estudio de la significación, ya que gracias al código es que se puede establecer la correlación de una expresión con un contenido. Para precisar, dentro del curso analizamos una expresión como el plano material de un signo que no designa objetos, sino que transmite contenidos culturales, por lo que su objeto semiótico es el contenido mas no el referente.
Con esto podemos inferir que la vida social de los signos no se desarrolla basándose en las cosas, sino en las unidades culturales. En el mejor de los casos las cosas son conocidas por medio de las unidades culturales, que el universo de la comunicación hace circular en signos para hablar de las cosas en ausencia de ellas.
Así, pues, se establece la pregunta: ¿qué es el significado de un término?
Desde el punto de vista semiótico y para efectos del curso, no puede ser otra cosa que una unidad cultural. En toda cultura una “unidad” es simplemente algo que está definido culturalmente, pero ¿cómo se construye una unidad cultural? Peirce sugiere que, frente a la experiencia y para conocerla, nosotros intentamos elaborar ideas. Estas ideas son los primeros interpretantes lógicos de los fenómenos que vivimos; esto se relaciona con el problema de la percepción que, según Piaget, se da como interpretación de datos sensoriales organizados por un proceso transaccional a partir de hipótesis cognoscitivas basadas en experiencias previas. Sin embargo, a mi entender, la noción de significado semiótico no queda resuelta únicamente con el fenómeno de la percepción; es necesario, además, socializar el fenómeno percibido para que adquiera convención. Por lo tanto el significado semiótico no es otra cosa que la codificación socializada de una experiencia perceptiva; de esta forma las cosas que percibimos significan algo para nosotros porque le atribuimos unidades culturales a los estímulos perceptivos Siguiendo a Peirce y al fenómeno de la percepción, en el aula comprendemos que podemos construir un contenido cultural porque frente a una experiencia x elaboramos ideas para conocer dicha experiencia. Esas ideas son los primeros interpretantes lógicos de los fenómenos en cuestión. Con esto decimos que un signo es una unidad cultural porque se le puede verificar remitiéndolo a sus interpretantes dentro de un contexto cultural determinado; de ese modo un código establece tipos generales con los que produce la regla que nos ayudará después a generar especímenes concretos.
Así, cuando decimos “esto es un gato”, significa que las propiedades semánticas que el código visual pone en correlación con el gráfico gato coinciden con las propiedades semánticas que un código de zoología pone en correlación con el precepto gato; tanto el gráfico como el objeto gato representan culturalmente el mismo semema.
En principio, la fuerza de un tipo se adquiere como fruto de la experiencia directa del individuo. La importancia del tipo es decisiva a la hora de extraer los primeros interpretantes.
De tal suerte que, en el ejemplo del gato, yo reconozco que el gráfico del gato es un gato porque le aplico un esquema cultural. En este punto interpreto el espécimen gato como el significante del tipo gato, fijándome en las propiedades semánticas mostradas por el tipo y excluyendo las propiedades físicas como el color, de tal forma que selecciono sólo las propiedades que coinciden con las propiedades semánticas expresadas por el gráfico gato. Entonces comparo el contenido de una expresión gráfica con el contenido de un acto perceptivo.
En este punto, el intérprete acepta la ecuación presentada por la cópula que asocia un constructo gráfico con un constructo perceptivo, de manera que, comparando y equiparando los significantes de dos códigos diferentes, puede aceptarse o rechazarse la expresión.
De manera que en “esto es un gato” la cópula /es/ es una expresión que significa “posee algunas de las propiedades semánticas de…”.
Sin embargo dentro del curso prevemos que un espécimen de gato puede incluir propiedades individualizantes que el tipo no prevé, con tal de que no presente propiedades en contradicción con la representación semántica del tipo. Así aceptamos el gráfico de un gato negro pero rechazamos el de un gato verde, salvo en casos retóricos, pero consideramos que se abren dos posibilidades: la primera, que estamos usando la expresión en forma equivocada porque el objeto no da pie al constructo perceptivo con esa propiedad; la segunda, que decimos la verdad pero nos vemos obligados a cuestionar nuestra experiencia perceptiva y nuestra competencia semántica, dando lugar a una nueva formulación del semema correspondiente, que admita en nuestro universo semántico la posibilidad de que un gato sea verde. De esta manera comprendemos cómo se va construyendo nuestro código y nuestro sistema de expresión.
Indudablemente se demuestra que es posible y fácil expresar el mismo contenido mediante una palabra o mediante un artificio visual, porque existe una dialéctica entre códigos y mensajes, en la que los códigos controlan la emisión de los mensajes dando lugar a un tipo de creatividad regida por las reglas del código. Sin embargo, así como es fácil afirmar verbalmente “esto es un sismo”, es mucho más difícil afirmar gráficamente “esto es un sismo”; por eso se considera al lenguaje verbal como el más potente. Aún así, dentro del diseño gráfico la lingüística, para ser más potente de lo que es, debe valerse de la ayuda de otros sistemas de expresión como el visual.
Es mucho más fácil afirmar visualmente “esto es un gato” que afirmar visualmente “esto es un sismo”, porque en el primer caso nuestro sistema de expresión visual nos ha dotado de un tipo expresivo que nos ayuda a producir especímenes concretos; es decir, el tipo nos prescribe las propiedades esenciales que el espécimen debe realizar para que se le considere un espécimen satisfactorio. Por eso en este punto se ejerce una creatividad regida por reglas, entre otras cosas porque se producen especímenes que concuerdan con su tipo. Esta relación entre espécimen y tipo es analizada dentro del curso como una relación de ratio facilis, porque el espécimen concuerda con su tipo, tal como éste ha quedado institucionalizado por un sistema de expresión visual y, como tal, la producción del espécimen ha sido prevista por el código, de modo que el espécimen es una expresión precisa en correlación con un contenido preciso.
En el segundo caso es mucho más difícil afirmar visualmente “esto es un sismo” porque, aun cuando el contenido a transmitir es una unidad precisa de contenido que se puede transmitir fácilmente de forma verbal, se complica cuando tenemos que cambiar del sistema de expresión verbal al sistema de expresión visual. En este caso, a diferencia del ejemplo del gato, nuestro sistema de expresión no nos puede dotar de una expresión tipo para representar el contenido sismo que nos permita producir un espécimen. El espécimen a producir no coincidirá con una expresión tipo porque no existe, pero sí tendrá que coincidir directamente con el contenido a transmitir. Aquí el emisor tiene una idea clara del contenido a transmitir, pero no sabe cómo expresarlo visualmente y no puede saberlo hasta que lo descubra. En este caso la relación estudiada entre espécimen y contenido es de ratio difficilis.
Como se puede observar, entre transmitir un contenido nuevo pero previsible por el código y transmitir una nebulosa de contenido existe la misma diferencia que media entre creatividad regida por reglas y creatividad que cambia las reglas.
Ahora es necesario explicar por qué un emisor puede producir la expresión de un contenido carente de un tipo expresivo que le dicte las propiedades semánticas a reproducir dentro de un espécimen.
Para explicar este proceso dentro del aula reconocemos que el código se construye con un patrimonio cultural que incluye experiencias y preceptos, de modo que cuando experimentamos los fenómenos naturales denominados “sismos” vamos instalando el código por un fenómeno de inducción que se puede explicar así:
Inducción
Casos: cuento con diferentes experiencias de sismo, en las que percibo que el Resultado: son siempre movimientos bruscos de la tierra, acompañados por pánico, caos, derrumbes, etcétera. Siguiendo a Peirce aquí, frente a la experiencia y para conocerla, elaboramos ideas que son los primeros interpretantes lógicos del fenómeno que vivimos; con ello que infiero una Regla: por lo tanto todos los sismos presentan movimientos bruscos de la tierra, acompañados por pánico, caos, derrumbes, etcétera (seguramente).
De esta manera los estímulos perceptivos recibidos son comprendidos y dan lugar a una nueva unidad cultural que empieza a funcionar como regla o como código, enriqueciendo mi conocimiento del mundo y por tanto mi sistema de expresión. Por otro lado, la abstracción del fenómeno percibido se puede materializar mediante un signo para poner este contenido cultural a nuestro alcance y poderlo socializar.
Cuando le pedimos a un emisor que produzca una expresión visual que transmita el contenido cultural de “sismo”, éste tendrá que aplicar una inferencia de deducción como esta:
Regla: todos los sismos presentan movimientos bruscos de la tierra, acompañados por pánico, caos, derrumbes, etcétera.
Caso: debo producir una expresión visual que transmita el contenido “sismo”. Resultado: por lo tanto la expresión visual a producir debe tener movimientos bruscos de la tierra, acompañdos por pánico, caos, derrumbes, etcétera (seguramente).
Aquí estará naciendo la relación entre el contenido y la expresión generada; de esta manera se puede observar cómo un código proporciona las reglas para generar signos.
Ahora los interpretes de la expresión generada seguramente cuentan con experiencias perceptivas de sismo, pero con seguridad carecen de un sistema de expresión visual que los dote de una expresión tipo para interpretar la expresión producida por el emisor, lo que implica que cuando estén frente a la expresión visual de sismo ejercerán una interpretación que no está prevista por su código visual. Tendrán que hacer una interpretación por abducción como esta: Regla: todos los sismos presentan movimientos bruscos de la tierra, acompañados por pánico, caos, derrumbes, etcétera. Esta regla opera en el intérprete como acuerdo previo.
Resultado: esta expresión visual tiene movimientos bruscos de la tierra, acompañados por pánico, caos, derrumbes, etcétera. Caso: esta expresión visual debe ser de sismo (probablemente). El hecho de tener patrimonio cultural sobre el fenómeno “sismo” hace que el código me otorgue una competencia discursiva, que le permite al emisor producir un artificio visual para sismo y le permite al destinatario interpretar mensajes de situaciones que ya ha experimentado previamente, con lo que nuestro proceso de comunicación se estará basando en reglas de redundancia.
Se puede decir que, en el momento en que yo dirijo a alguien un signo (para que conozca algo que yo he conocido antes y deseo que él conozca también), me baso en una serie de reglas, hasta cierto punto estipuladas, que harán comprensible mi signo.
El destinatario humano atribuye sentido a la señal y la convierte en signo, porque posee un código que le proporciona reglas para generar signos; esto implica que el código es convencional y por ello constituye el modo como piensa y habla una sociedad.
Con lo expuesto hasta ahora se analiza en clase por qué el código surge del patrimonio cultural y se compone de un código denotativo y otro connotativo que se construye sobre la base de la denotación.
El destinatario puede poseer dos códigos que funcionen al mismo nivel alternativamente y decidir cuál de los dos debe utilizar en la situación en la que se encuentra. De esta manera se ha introducido un nuevo concepto, el de la situación (o circunstancia) en que se recibe la comunicación: la situación se presenta como un contexto extrasemiótico que determina la elección de un código por encima del otro. Esto implica que los interlocutores poseedores de dos códigos, uno denotativo y otro connotativo, deciden cómo disponer de ellos en el momento del acto comunicativo en consideración de la situación que los rodea.
Si bien el código connotativo es alternativo, el código denotativo no lo es. La denotación ha de ser la referencia inmediata que el código asigna a un término en una cultura determinada; es el significado en primer grado y en ella se basan las connotaciones sucesivas. Así se establece que existe un código denotativo básico sobre el cual se construyen otros códigos menores, con frecuencia opcionales (y que hemos llamado connotativos), los cuales se han de considerar como subcódigos.
Esto explica por qué, antes de producir una expresión visual, el emisor deberá conocer el código que la gente tiene sobre un fenómeno, para conocer los interpretantes que tiene dicha unidad cultural. Este ejercicio se aplica en clase mediante un análisis en el que la unidad cultural equivalente es segmentada en marcas o unidades menores que representan el semema en cuestión.
Se trata de construir árboles componenciales que retraten el campo semántico de un semema, donde se manifiestan las denotaciones y connotaciones posibles; de esta forma el código dará instrucciones para usar una expresión porque establecerá una lista de propiedades semánticas que deberán corresponder a las propiedades semióticas del fenómeno en cuestión y, al mismo tiempo, establecerá a cuáles experiencias reales puede aplicarse la expresión producida.
Conscientes de que el código es una convención social, comprendemos que es temporal, que puede cambiar en el tiempo y en el espacio, por lo que un árbol componencial funciona como un artificio hipotético y transitorio, elaborado con el fin de explicar determinados mensajes; pero puede servir también como hipótesis de trabajo para controlar el ambiente semántico inmediato de un contenido, donde la denotación puede entenderse como el emisor quería que se entendiera. Pero no es así en las connotaciones, porque cambian por el hecho de que el destinatario puede seguir recorridos de lectura diferentes a los previstos por el emisor, ya que las connotaciones también dependen de las diferentes experiencias que las personas viven sobre un fenómeno. Estos árboles son útiles entonces, porque lo que hacen es encontrar los interpretantes de una expresión, las denotaciones y connotaciones posibles de un contenido a transmitir, con lo que se pueden tomar en cuenta todas sus posibles ambigüedades.
Se puede pensar que establecer un criterio que recoja todos los posibles interpretantes que una sociedad tiene sobre una expresión equivale a presentar todo el conocimiento que los intérpretes tienen del mundo, dando lugar a una labor casi imposible. En el aula se precisa que no se enumeran todas las posibles ocurrencias de un elemento, sino sólo las reconocidas convencionalmente como estadísticamente más probables; así un árbol componencial debe reducirse a unidades culturales que acaban cuando encuentran un término que se postula como elemento explicativo sin explicaciones ulteriores. Esto es el hábito y el interpretante final en Peirce.
Como se puede ver, un árbol componencial que recoge el campo semántico a trabajar nos permite distinguir los recorridos de lectura del semema a manera de enciclopedia, asignando denotaciones y connotaciones estadísticamente más probables. Así el código se estaría ocupando de las posibilidades de codificación que tiene un emisor y de las posibilidades de codificación que tiene un intérprete, dejando a la vez bases claras para producir signos estadísticamente más eficientes.
3.Salida
Es claro que el código funciona como un sistema de reglas que, por convención previa, está destinado a
representar y a transmitir información desde el emisor hasta el destinatario. Un código establece tipos generales, con los que produce la regla para generar especímenes concretos o signos, porque generalmente un código es aceptado por una sociedad; su existencia es de orden cultural y constituye el modo como piensa y habla la gente. De ahí que el código valide la producción de signos y con ello el proceso de comunicación.
De esta manera se puede comprender por qué acercarse a estudiar una semiótica de la significación debe ser la antesala para el estudio de la producción de signos, siempre que emitir un mensaje esté más allá de sus funciones físicas y esté destinado a comunicar algo.
Los argumentos expuestos sostienen que el estudio de la semiótica en el diseño debe iniciarse a través de la teoría de los códigos, para analizar y comprender la estructura que valida la función semiótica y da las posibilidades generales de codificación y descodificación.
Después se puede acceder a la teoría de la producción de signos, en la cual será más fácil analizar el trabajo que se aplica al interpretar y producir signos, es decir, al esfuerzo físico y psíquico requerido para manejar una señal; para tener en cuenta los códigos existentes, el grado de aceptación social, la energía empleada al comparar los signos con los fenómenos a los que se refieren y la presión ejercida por el emisor sobre el destinatario.
El curso de semiótica de la comunicación atenderá la producción de signos, considerando el trabajo efectivo y material que es necesario para producir los significantes, en un proceso triple en el que se manipula la producción de la expresión, la puesta en correlación de la expresión formada con el contenido a transmitir, y el proceso de conexión entre el signo producido y los fenómenos o estados del mundo real, para que pueden operar en un proceso comunicativo. Dicho de otra manera, en el curso nos ocupamos de formar una expresión donde nace su relación con el contenido y su relación con el mundo.
El trabajo de producir signos presupone, primero, conocer el código como sistema de reglas que se ponen en juego dentro de una interacción comunicativa, con el que el emisor podrá ejercer el trabajo de producir la señal; el trabajo de elegir entre las señales de que se dispone, aquellas que hay que combinar para componer una expresión y el trabajo de identificar unidades expresivas para combinarlas en secuencias expresivas, mensajes, textos, etcétera.
Durante la segunda parte del curso de semiótica, dedicada a la producción de signos, éstos pueden trabajarse lingüísticamente o con imágenes, para articularse en secuencias semióticas aceptables y comprensibles en términos de código.
Por lo tanto, a mi parecer, la dialéctica comunicativa entre códigos y mensajes, y la naturaleza convencional de los códigos son los descubrimientos en los que se funda la semiótica.
Ejercer un trabajo de comunicación y producción de signos sin el previo análisis de las reglas que validan esta producción es un trabajo impertinente, ya que en la ausencia de código hay ausencia de contenido a transmitir y se vuelve muy difícil la elaboración de cualquier expresión. En estos casos el productor generará una expresión cuyo contenido será vago e inarticulado.
Bibliografía
Eco, Umberto, La estructura ausente, Lumen, Barcelona, 1999.
Eco, Umberto, Tratado de semiótica general, Lumen, Barcelona,2000.
Peirce, Charles S., Obra lógico semiótica, Taurus Comunicación, Madrid, 1987
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Etiqueta:Diactica, Experiencia Académica, Semiótica, Significación